Reflexionar sobre la Independencia a los costarricenses, siempre nos remite a la circunstancia de que la noticia de tal acontecimiento, en nuestro caso, “llegó por correspondencia”. Para los habitantes del Valle Central de entonces, no participantes de las Guerras de Independencia libradas por compatriotas latinoamericanos, quizá tuvo alguna trascendencia, sin embargo no parece haber sido algo deseado, o por lo que se hubiera luchado.
En la época contemporánea, podemos ver el significado que la independencia tiene para los pueblos, cuando conocemos de las Guerras de Independencia de las naciones africanas, o de algunas asiáticas como los casos de Vietnam, Afganistán o Palestina, donde han costado muchos millones de vidas. Quizá ciertas características históricas de Costa Rica, en parte nos hace ver tales conflictos como algo lejano.
Esto a pesar que en su momento, fue en la Batalla de Santa Rosa que nuestros antepasados rechazaron la anexión expansionista que venía imponiéndose, “por las buenas y por las malas”, desde el norte.
Para nuestros entes oficiales, el 20 de Marzo no es una fecha digna de celebrar en toda su pompa, como si lo es el 15 de Setiembre. Pero en esa fecha Costa Rica rechazó la oportunidad que tuvo un imperio en expansión, de hacernos conocer lo que era la esclavitud y el sometimiento a un régimen de oprobio y humillación. Nunca más han tratado de conquistarnos por la fuerza de las armas. Aquel primer triunfo dio ánimo a los costarricenses, para continuar con una misión trascendental más allá de nuestras fronteras, porque se sabía que el triunfo o derrota de una de nuestras hermanas y jóvenes repúblicas centroamericanas, lo sería para las demás. Por eso la acción no se detuvo hasta la derrota completa del invasor. La gloria del triunfo fue rescatada y ha permanecido en nuestras conciencias, lo que nos permite celebrar hoy en día.
Durante algunos años los festejos del 15 de Setiembre, serán parte del conjunto que celebra el Bicentenario de la Independencia de Hispanoamérica; pues hace doscientos años las proclamas recorrían nuestras naciones. Pero en nuestro caso, éramos apenas una pequeña provincia, que para los centros de poder coloniales no tenía mucha importancia, lo que posiblemente también repercutía en que tales llamados por la libertad, tampoco hicieran brotar el espíritu rebelde en los “vallecentrinos”.
La indefinición mostrada ante las noticias provenientes de Guatemala y León, dice bastante de la importancia que la “gran novedad” tuvo para los “vecinos principales”, a quienes como se dice en tico, “agarró asando elotes”.
Hay que reconocer que en las otras provincias de la Capitanía si hubo movimientos insurreccionales, quizá con alguna participación de personas originarias de nuestras serranías. Pero hay que ser claros, que para la mayoría de los habitantes de nuestro territorio, la noticia de la independencia posiblemente ni les llegó, pues tal asunto era objeto de atención de quienes habitaban los centros de población o sus cercanías inmediatas, no de quienes estaban esparcidos por “lejanos arrabales”. Mucho menos lo fue para quienes realmente sí podrían tener algo de interés legítimo y ancestral, como era la población autóctona de indígenas, obligados a retirarse a las zonas más escondidas y de difícil acceso, para evitar el sometimiento a las ambiciones de los conquistadores y la explotación colonial.
Somos parte del Bicentenario, pero me cuestiono si lo estamos viviendo, si tiene un significado real para los costarricenses. Parece que no somos parte. Es que Costa Rica se mantiene en esa ambigüedad, de pertenecer, pero a la vez no pertenecer; celebrar, pero a la vez no celebrar, con una visión más conservadora que de apertura. El Bicentenario se está celebrando en otros países, porque en 1808 iniciaron las Guerras de Independencia, que no concluyeron hasta que los principales virreinatos proclamaron sus repúblicas, luego de periodos de auge y reflujo de las victorias, hasta el triunfo de las tropas de Bolívar en la última batalla. Aún quedaban algunos territorios y otros imperios se aprestaron a engullir a las nuevas colonias, lo que lograron solo por breves periodos y en pocas zonas.
Como en nuestro territorio, en amplios espacios americanos, la independencia tampoco tuvo gran significado. También había pobladores alejados del bullicio político o lo que significara la supuesta “liberación”. Nuevos amos, en algunos casos no tan nuevos sino herederos del imperio, enseñorearon las tierras y actividades productivas. De hecho en anchos espacios territoriales, durante décadas se continuaron aplicando las leyes del fenecido imperio español. Así que para el trabajador o campesino, similares a nuestros “labriegos sencillos”, la independencia pudo haber pasado desapercibida, porque no tuvo gran significado en sus vidas, que continuaron siendo como antes.
En otros casos las guerras por la independencia se fueron transformando en luchas por sus condiciones de vida, por la tierra y por la justicia. Algunas triunfaron y tuvieron éxitos temporales, otras han continuado hasta la actualidad. Una de ellas es la Revolución Mexicana, cuyas manifestaciones de conflicto armado iniciaron en noviembre de 1910. En México se aprestan a celebrar este centenario, pero millones de campesinos humildes aún esperan resultados de esa “Revolución”.
Hasta nuestros días continúan existiendo señores y algunos “disque emperadores”, o que tratan de aparentarlo, aunque tengan un cetro endeble y de corto alcance.
Por esto la Independencia a veces parece inconclusa, particularmente para los pueblos originarios, disminuidos y excluidos del desarrollo que a muchos de nosotros ha llegado. En diversas latitudes de nuestro continente las luchas indígenas por su liberación continúan. Desde hace más de dos meses, una huelga de hambre ha sido asumida por un grupo de indígenas mapuches, habitantes originarios de la Araucanía chilena. Están detenidos porque luchan por su derecho a la tierra. Pero su huelga de hambre no es por su derecho a la tierra, sino para no ser considerados terroristas por la justicia del país de que son parte, aunque no por su libre elección.
En ese mismo país, los 33 mineros han demostrado la importancia y fortaleza de la solidaridad humana y de la unidad de esfuerzos. Sobrevivieron sin perder la esperanza de vida y ser rescatados, siendo víctimas del descuido y la negligencia de una empresa muy interesada en sus dividendos, aunque no tanto en que los medios para obtenerlos fueran lícitos y transparentes. Algo de responsabilidad cabe seguramente a las autoridades gubernamentales, quienes debieron garantizar las normas mínimas de seguridad. Ya vendrá “la verdad de los hechos” a ser conocida.
Sean estos ejemplos a tener en cuenta y a “echar para nuestro saco”. En estos días que en Centroamérica y México celebramos la Independencia, también Chile se recuerda el oprobio que significó la imposición de una dictadura militar sobre la voluntad popular. Se recuerda que hay muertos, desaparecidos y exiliados aún esperan por la justicia.
En nuestro país los pueblos originarios tampoco están satisfechos con la legislación que atañe a sus derechos ancentrales. Plenos en su disposición y buena voluntad, llegan pacíficamente desde lugares remotos a pedir por esos derechos, sin que sean escuchados. Pero si adoptan alguna acción de presión, no faltará en nuestro medio quien también los califique de terroristas u otros epítetos no menos ofensivos. Para ellos no ha llegado la independencia, porque no tienen derecho a decidir sobre el uso de sus tierras. Son los poderes ajenos a su ámbito los que toman decisiones por ellos.
Hoy nos declaramos independientes, así se siente en el ambiente patrio que se vive en el mes de setiembre, con desfiles, guirnaldas, banderas y símbolos nacionales. Pero no debemos olvidar que somos latinoamericanos, que en muchos territorios la independencia parece no haber llegado. Incluso dentro de nuestras fronteras, es necesario reafirmar la independencia, no como un fin en sí misma, de la que nos podemos vanagloriar, sino para procurar ser más libres, disponer de nuestras propias decisiones, para que esa libertad sea real para todos.
Tampoco podemos ser indiferentes ante la intranquilidad que genera la presencia de los mercaderes de la salud y de la muerte, que con cierto hedor a armamentismo amenaza nuestra tranquilidad. El descuido y la negligencia parecen haber contribuido a la debilidad de nuestra capacidad de reacción ante las amenazas externas. Hoy en día nada parece moverse sino es al ritmo de los dólares y las prebendas, el “toma que te doy”, porque “si no me das, no te doy”. Esta es una cultura que se ha venido imponiendo: la de la negociación y acuerdo, entendido como el reparto de un pastel entre quienes se creen con derecho a ser parte, por controlar los hilos del poder económico o político.
Tómese esto como parodia del reacomodo de las fuerzas imperiales. Mientras sea útil y beneficioso a los amos de la actualidad, así como les cuesta moverle el piso al dólar, también les cuesta aceptar la tendencia del rumbo histórico de América Latina y acomodarse a su ritmo, quizá esperando “aclarar los nublados del día”. Cómo en el momento de la Independencia, hay quienes parecen más conservadores que los realistas que pretendieron la continuidad del dominio español, o la adhesión a otro imperio que les cobijara. Recordemos que sin haberse dado cuenta, ese imperio ya había fenecido, por lo que en vano pelearon una batalla que de todas maneras perdieron.